LA REVOLUCIÓN MEXICANA.



El 20 de noviembre de 1910 inició la Revolución Mexicana. Cien años antes, los mexicanos emprendieron una lucha revolucionaria en contra del imperialismo español, que los llevó a construir una nación. Pero cien años después, esta nación ya no era gobernada por monarcas extranjeros como en aquel entonces, sino por un dictador: Porfirio Díaz.
Durante los más de 30 años que el General Díaz se mantuvo en el poder, los ciudadanos no pudieron elegir gobernante y debido a que un pequeño grupo de personas acapararon el poder, la desigualdad social se hizo evidente: el rico era más rico, viviendo en palacetes al estilo europeo, y los pobres eran más pobres, intentando al menos “sobrevivir” en pequeños jacales. Pero también inició otra capa social antes desconocida: la clase media, gracias a la cual, los empresarios sumaban sus riquezas.
Este era el ambiente que se vivía en el país a principios de 1900 y un nombre comenzó a sonar en la vida política de México: Francisco I. Madero quien, fundó el Club Democrático Benito Juárez y posteriormente creó una red de intercomunicación entre los círculos opositores al régimen porfirista. Para 1908 publicó su obra: “La sucesión presidencial en 1910” en donde plasmó un estudio de la dictadura militar y planteó la necesidad de crear un partido independiente que lograra la efectividad del sufragio y el triunfo del principio antirreeleccionista, con el cual se combatiría la dictadura de Porfirio Díaz.
El presidente Díaz, por su parte, pensaba que el pueblo de México ya estaba listo para comenzar a vivir un gobierno democrático, pero para llegar a él, había que crear diversos partidos políticos que contendieran. Así, permitió que se crearan partidos y se postularan candidatos para finalmente votar por un nuevo presidente. Madero aprovechó esta nueva posición de Díaz y fue postulado como presidente del partido que fundó.
Pero poco antes de las elecciones de 1910, Madero fue encarcelado en Monterrey y posteriormente trasladado a San Luis Potosí, siendo acusado de haber pronunciado un discurso en el que injuriaba al Presidente. Con Madero fuera del escenario, Porfirio Díaz – a través de un fraude electoral – es reelecto presidente de México y hasta ese momento, Madero es puesto en libertad a condición de que abandonara la ciudad. Decide ir hacia San Antonio, Texas, cruzando por Laredo, y ahí lanza el manifiesto conocido como Plan de San Luis Potosí con el que denuncia el fraude electoral de junio, desconoce los poderes constituidos, y en su artículo 7, incita al pueblo a tomar las armas para derrocar la dictadura: “el día 20 de noviembre desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la república tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Los pueblos que estén retirados de las vías de comunicación lo harán la víspera”. Y este plan que subrayaba el principio de: “sufragio efectivo, no reelección” fue el acicate para que la Revolución diera inicio.
El primer brote sangriento se dio el 18 de noviembre cuando Aquiles Serdán, uno de los más puros revolucionarios, fue asesinado en su casa. Posteriormente inició la lucha armada en Chihuahua, donde el ejercito de Díaz fue derrotado. Francisco Villa, se levantó en el Sur y prontamente la revolución se extendió a otras ciudades del país.
Dándose cuenta de su inminente derrota, Díaz decide entrar en negociaciones, pero al no poder sacar provechó de ellas, decide renunciar y viajar a Francia abandonando definitivamente el país.
Después de seis meses de lucha, la revolución maderista había triunfado. Madero, apoyándose en los tratados de Ciudad Juárez, negoció el poder colocando en el gobierno interino a varios de sus hombres y formalizó las próximas elecciones para 1911. Como Madero, no deseaba llegar al poder de manera ilegitima, decidió que Francisco León de la Barra fuera nombrado presidente interino, pero desafortunadamente este interinato sólo provocó discordias entre los revolucionarios.
Así, con un partido resquebrajado, Madero asumió el poder. Las discordancias revolucionarias comenzaron a enfatizarse y a escasos veinte días de haber tomado la presidencia, Zapata se levantó en su contra arguyendo que el primer punto a resolver eran las carencias de tierra. “Tierra y Libertad” – grito Zapata - y “tierra y Libertad” - coreó el pueblo.
Como para Madero, el verdadero camino de la revolución era la ley y sólo mediante ella deberían encontrar soluciones a los verdaderos problemas nacionales, exigió que se depusieran las armas y Zapata se sintió traicionado.
La situación nacional se hizo más compleja. Se empezó a vivir un clima de inseguridad que preocupó a los dueños del poder económico para quienes la paz y la seguridad eran condiciones esenciales para su prosperidad. La legalidad y el deseo de acuerdo del presidente Madero se confundieron con fragilidad y temor por lo que los empresarios decidieron que si Madero no podía ordenar al país, entonces se necesitaba de una acción enérgica contra su gobierno. Y comenzaron a fraguar un plan para derrocarlo.
Fue entonces cuando apareció en escena Victoriano Huerta, quien comenzó a jugar un doble juego: engañaba al presidente a quien supuestamente defendía y a los rebeldes con los que supuestamente negociaba, pero en realidad era partidario de derrocar a Madero en complicidad con los representantes de los intereses extranjeros. Así, en enero de 1913, inició la llamada “decena trágica” es decir, diez días de guerra en la ciudad de México que terminaron por derrocar al presidente. El 22 de Febrero de 1913, Francisco I. Madero fue asesinado por la espalda, aplicándosele la “ley fuga” mientras era trasladado a la penitenciaría de Lecumberri.
Después de estos acontecimientos, Huerta fue nombrado presidente, pero debido a que era conocida la forma en que llegó al poder, y a que estaba ligado a los intereses de Estados Unidos, no pudo crear una imagen pública positiva y su ascensión a la silla presidencial provocó la unificación de los revolucionarios en su contra. Por ello, Huerta se ve forzado a abandonar el poder en 1914.
Por esas fechas, Venustiano Carranza se levantó en armas en Coahuila y los revolucionarios lo tomaron como caudillo con el objetivo de restaurar el orden constitucional. Por ello, Carranza se empeñó en consolidar un gobierno que hiciera posibles las transformaciones sociales y económicas del momento histórico que el país vivía y en un corto lapso, logró aumentar su prestigio y poder. Trató de lograr la unidad revolucionaria, de fortalecer la imagen de su gobierno en el extranjero y de acabar con los brotes de insurrección.
Sin embargo no se pudo dar una organización nacional rápida, por lo que decidió poner orden por el terreno de las armas a unos y por el de las ideas a otros, provocando una nueva era de violencia.
Al mismo tiempo, la fraternidad de los hombres de armas y de caudillos dejó de funcionar. Villa ya era enemigo de Obregón y Zapata de Venustiano Carranza.
Para 1917 se promulgó la Constitución en la ciudad de Querétaro y el presidente Carranza se convirtió en el primero en gobernar bajo un régimen constitucional. Para 1919, es asesinado Zapata y en ese mismo año se promulgó el plan de Agua Prieta que proclamaba que la soberanía radicaba en el pueblo. Los revolucionarios volvieron a chocar entre sí y Carranza fue asesinado.
Para 1920, es decir, diez años después de iniciada la revolución, Madero, Zapata y Carranza, ya habían muerto, pero su legado, trabajado ahora por los nuevos caudillos revolucionarios estaba próximo a marcar el final de la revolución.
El General Álvaro Obregón es quien comenzó la etapa final. Con gran prestigio y poder, trabajó afanosamente en otorgar derechos a obreros y campesinos, para hacer crecer su base popular de apoyo y para asentar las bases de un esquema político diferente.
En 1924 ocupó la presidencia Plutarco Elías Calles y es con él con quien el nuevo esquema político tomó forma definitiva.
Estos fueron los caudillos de la revolución y estos fueron sus logros. Por eso, el 20 de noviembre es una fecha que siempre estará presente en el corazón de todos los mexicanos, recordada como el inicio de la “Revolución Mexicana”.

JESÚS GARCÍA CORONA.

Nacozari de García, es un pequeño pueblo minero localizado al Noreste del estado mexicano de Sonora.
Las primeras minas en la región de Nacozari ,Sonora, fueron descubiertas en 1660.En aquella época, el naciente poblado minero, fue bautizado como Nuestra Señora del Rosario de Nacozari.
Estas minas de Nacozari , se han trabajado de manera intermitente desde el momento en que fueron descubiertos, hasta 1867, cuando algunas de ellas ,fueron adquiridos por American UB Teader. Un poco después de eso, pasaron a la Compañía de Moctezuma , que pronto se los vendió a la Compañía de Cobre Moctezuma
La palabra Nacozari es una palabra ópata que significa “abundancia de nopal”. El municipio de Nacozari, perteneció al municipio de Cumpas hasta el 11 de octubre 1912, cuando los Legisladores, le otorgaron la autonomía municipal.
La cabecera municipal, fue nombrada primeramente Placeritos de Nacozari,pero después, cambió su nombre por el de Nacozari de García en honor del ferrocarrilero Jesús García Corona, que salvó a todo el poblado de ser destruído por una explosión de dinamita, a costa de su propia vida.
Jesús García Corona nace el 13 de noviembre de 1883 en la ciudad de Hermosillo, Sonora. Hijo del Sr. Francisco García Pino y la Sra. Rosa Corona de García. En 1898, la familia decide trasladarse a Nacozari, lugar que, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se encontraba en plena efervescencia minera y ferroviaria. Fue en este pueblo minero donde logró consolidarse como buen empleado a la corta edad de 17 años. Su buen desempeño en la empresa minera, le permitió ocupar el cargo de maquinista de locomotoras a la edad de 20 años.
Es la mañana del jueves 7 de noviembre de 1907. era un día más de trabajo. Las máquinas están encendidas y listas para hacer viaje redondo al “Porvenir” y de ahí a la mina de Pilares para suplir de suministros a los trabajadores de la mina.
Albert Biel, el ferrocarrilero encargado del tren y la tripulación se reporta enfermo y corresponde a Jesús García Corona, asumir el mando. Su experiencia le facilita cumplir con las tareas básicas que se le ordenan.
Con el sonido del silbato y la campana al unísono, la máquina y el tren emprenden su viaje a la mina de Pilares, ubicada a aproximadamente 8 kilómetros de distancia, a dos mil pies de altura respecto al nivel de Nacozari. El tren llega a su destino a las 7:45 am. El día sigue su curso y los trabajadores continúan con sus labores ignorando lo que esa tarde habrá de suceder.
Son las 2:00 de la tarde. Los obreros dejaron disipar el fuego de la caldera de la maquina lo cual ha disminuido la presión del vapor. El garrotero José Romero y Jesús intentan alimentar el fuego para incrementar la presión, pero se percatan de un grave problema: la chimenea de la máquina está dañada. El cedazo de alambre que cubre la parte superior para evitar que escapen brazas de la caldera, está roto.
Los trabajadores del departamento de mecánica han ignorado la situación. Esto representa un grave problema, ya que la tripulación había acomodado los furgones con dinamita justamente detrás de la máquina, ignorando las medidas de seguridad que lo prohíben.
En ese momento, los fuertes vientos arrojan chispas y brasas de la chimenea por el lado roto a lo largo de la locomotora y caen en las primeras dos góndolas sobre las cajas de dinamita.
El incendio no se hace esperar. La tripulación intenta sofocar las llamas, pero el viento intensifica el fuego. La catástrofe es inminente. El tiempo no da tregua. Hay que actuar con prisa.
Conscientes del peligro, muchos han abandonado el lugar para buscar refugio, pero Jesús García toma la radical decisión que habrá de perpetuarlo en la historia.
Ocupa su lugar en la cabina, empuña la palanca del vapor y ordena a la tripulación que abandone el tren. Una vez al frente de la locomotora, el futuro del pueblo está literalmente en sus manos. El único que lo acompaña es José Romero: el garrotero. El plan de Jesús es simple: lograr que la locomotora alcance el nivel más alto inmediato y saltar, dejando que la máquina siga la pendiente lejos del pueblo hasta hacer explosión. Una vez en camino, y en plena cuesta arriba, le pide a Romero que abandone el tren. Éste obedece, salta y encuentra refugio en una alcantarilla cercana. Faltan aproximadamente 50 metros para alcanzar la planicie más cercana y para abandonar el tren. Jesús da una última mirada atrás y observa al pueblo, consiente que tal vez ésta sea la última vez que lo volverá a ver.

De pronto, tres detonaciones consecutivas sacuden la tierra. Una enorme nube negra se disipa por los aires lanzando consigo fierros, tallas, vías y demás objetos que caen en los techos de las casas. Las góndolas que cargaban la dinamita desaparecen por completo y la máquina yace despedazada en un enorme cráter.
El estallido se escucha a 16 kilómetros del lugar, destrozando los vidrios de la mayoria de las casas. El pánico colectivo se apodera de los moradores, quienes asustados buscan refugio en los lugares más cercanos. En el pueblo nadie sabe con exactitud lo que sucede.
Cuando las cosas se calman, la gente recupera el sentido y se percata de la situación. Hay varios muertos y algunos heridos. Junto con ellos, encuentran lo que queda del cuerpo de Jesús García Corona, destrozado de tal manera que era casi imposible reconocerlo. Logran identificarlo por sus botas. Murió al instante, pero había logrado salvar la vida de miles de habitantes del poblado, a costa de la suya.
Al anteponer su vida por la de los demás, Jesús García Corona fue elevado a la gloria por su hazaña y por su integridad como ser humano. Esa gloria le fue otorgada desde el mismo día de su trágica muerte. La gran conmoción que causó el acto insólito se desparramó como la pólvora y se divulgó inmediatamente por la región, el estado, la nación inclusive el extranjero. Como otro homenaje mas a la memoria de Jesus García Corona, el 7 de Noviembre de cada año, se celebra en México, el Día del Ferrocarrilero.

CELEBRACIÓN DE DÍA DE MUERTOS.

La tradición Popular.

Para la iglesia católica, Todos Santos y Fieles Difuntos; para tradición popular mexicana, muertos chiquitos y muertos grandes. Comúnmente denominada La Fiesta de Día de Muertos, es una serie de prácticas que lo mismo nos llevan al reconocimiento que a la fiesta, al llanto, para el regocijo del recuerdo.

       Los muertos se toman el permiso para deambular y hacer sentir su presencia entre nosotros. Se  reciben con un ánimo, en el que la alegría y la tristeza entremezclan, se arreglan  los sepulcros para compartir con ellos los alimentos; se preparan  ofrendas que se colocan en casas y/o tumbas;  se elaboran comidas y bebidas especiales, se toca música y se baila en su memoria; hay composición de versos, los mismos muy sentidos que burlones, en fin, se llora, se ríe e incluso se mofa de la muerte. Año con año se comparte el rito donde se reúnen simbólicamente los vivos con los muertos, en un acto que a los vivos les sirve para recordar a sus seres queridos difuntos, y para reafirmar más la creencia de que algún día allá un reencuentro con ellos en el mundo de la convivencia pacífica.

           Esta festividad comprende de varios días. De acuerdo a la tradición popular generalizada, el primero de noviembre se dedica a los niños, el día dos a los adultos. En algunos lugares la celebración inicia el 28 de octubre, el día dedicado a aquellas personas que murieron en un accidente, mientras que en otras el 30 de octubre se reciben a las almas de los “limbos”, menores que murieron sin ser bautizados. Por lo general, la celebración es preparada con días de anticipación, familias y pueblos enteros se dedican a la elaboración de artesanías, bebidas y platillos que se ofrendarán, así como el acopio de los materiales con los que se adornaran los altares, también en días previos se arregla y adornan las tumbas de los cementerios.
Las festividades indígenas en torno a los muertos son llevadas a cabo en los pueblos indígenas de México, entre los cuales se encuentran los chichimecas, huicholes, coras, mayas, entre otros.


Los pueblos indígenas que reproducen la tradición cultural de celebraciones a los muertos se encuentran localizados en aéreas especificas de 20 de los 31 estados que integran la República Mexicana.
A pesar de sus diferentes culturas,
es una gran variedad de leguas y costumbres, los pueblos indígenas de México comparten la historia de dos tradiciones que influyeron en el siglo XVI, cuando la expansión española hizo posible el encuentro de dos mundos.
Para los pueblos indígenas, sin embargo, han significado la unión de dos culturas que se integraron hasta llegar a confundirse, produciendo nuevas formas de diversidad cultural que hoy forman parte del patrimonio intangible
de México.

Los altares de vida para los muertos.
Un elemento primordial del Día de muertos es la ofrenda dedicada a los difuntos. En su elaboración interviene toda la familia para recordar y rendirles tributo; por unos días se convierte el altar en la memoria y el reencuentro con el pasado.
Se cree que a este lugar arribaran las ánimas a disfrutar de los alimentos y las bebidas que en vida prefirieron. En la ofrenda también son colocados elementos simbólicos y rituales de acuerdo a las costumbres locales y familiares. También es costumbre adornarlas con arcos florales y papeles multicolores.
No existe un modelo de ofrenda, sin embargo hay elementos que podemos encontrar en la mayoría de estas, lo importante es el sentido que cada familia, cada grupo y cada pueblo le da. A continuación se describirán algunos elementos indispensables de un altar de vida:
La comida.
En todos los altares se ofrecen los alimentos que en vida fueron del gusto del difunto, se tiene la creencia de que los muertos absorberán la esencia de los mismos. Aquí la variedad y abundancia es infinita, dependiendo de la cocina regional de cada lugar, así como de las frutas de temporada (guayaba, calabaza, mandarinas, etc.).Por supuesto, no puede falta el pan, un elemento muy generalizado que se prepara especialmente para ese día, aunque su forma, color r y sabor es muy variado; el que se hace para la ofrenda y degustación en esos días es el conocido comúnmente como “pan de muerto”.
Las cruces.
Son colocadas como símbolo que refrenda la fe religiosa de quien realiza la ofrenda y del difunto. Puede ser de ceniza, madera o pétalos de flor.
Copal y/o incienso.
Son de resinas de origen vegetal que se queman en las brazas de un sahumerio, incensario o directamente del brasero; el humo y los olores que despide, sirven para purificación del altar y de los propios difuntos.
Bebidas alcohólicas.
En toda fiesta popular no puede faltar este elemento que es sinónimo de alegría y desenfado. De acuerdo a la región y los gustos del o los difuntos. Son colocadas por lo general el dos de noviembre.
Veladora y/o velas.
Simbolizan la luz y la vida. En algunos lugares representan a los muertos homenajeados, en otros, la llama les ilumina el camino para facilitar su arribo.
Papel picado.
En algunas regiones son elaborados los adornos con papel picado con motivos alusivos a los elementos simbólicos de estas fechas, y las técnicas que se utilizan para su elaboración muestran las habilidades de los artesanos del lugar.
Los dulces y los juguetes.
En las ofrendas dedicadas los niños es común que coloquen juguetes y dulces preferidos de los muertitos. Se cree que al igual que los adultos, los pequeños disfrutan la esencia de las golosinas mientras se divierten con los juguetes.
Imágenes religiosas.
Se incorporan como elementos de culto espiritual católico. Son concebidos como interlocutores entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
La sal.
En algunos lugares se coloca como ingrediente de purificación y en otros para condimentar los alimentos que los difuntos después de degustar han dejado su sin sabor.
Los retratos.
En algunos lugares se incorporan al altar retratos, en dibujo o fotografía de las personas a quienes son destinadas la ofrenda. Si bien, comparten un lugar de honor con las imágenes religiosas; por lo general son colocadas en un nivel inferior.
Las calaveras de azúcar.
Es común que en las ofrendas del centro del país se incluyan cráneos elaborados de azúcar blanca, decorados con adornos brillantes y el nombre del difunto escrito en la frente de la misma. En ocasiones -como broma-de los que aun están vivos.
Las flores.
Son símbolo de vida, como tal, se ofrendan para alagar a los muertos, son un elemento muy importante, ya que con ella se viste el altar. El cempasúchil es la flor utilizada, pero en cada región se incorporan otros tipos de flores, de acuerdo a la temporada y el lugar. En algunas localidades se elaboran senderos con los pétalos -desde la entrada de la casa hasta el altar- para indicar el camino a los difuntos por medio de los olores y los colores.
El agua.
Se coloca para aliviar la sed acumulada en el largo camino que los muertos han tenido que recorrer. En algunos lugares este elemento es incorporado a la ofrenda como símbolo de vida.